Una afamada atalaya es el Castillo de Peñafiel, donde en su manto se tejen pagos y parcelas, sendas y veredas.
Un paisaje elegido por esta empresa familiar para afincar sus propios viñedos, cosidos uno a uno, puntada a puntada con sus propios dedos, como mandan los cánones de lo artesano para, por fin, ver su propio fruto.